Monday, October 11, 2010
Salta antes de mirar
La sensación de peligro no debe desaparecer:
el camino es sin duda tan breve como escarpado,
por muy paulatino que parezca desde aquí;
mira si quieres, pero tendrás que saltar.
Los hombres duros se ponen sensibleros en sueños
y quebrantan las ordenanzas que cualquier necio puede respetar;
no es la convención sino el miedo
lo que tiene tendencia a desaparecer.
Los esfuerzos cavilosos de la masa atareada,
la suciedad, la imprecisión y la cerveza
rinden unas cuantas agudezas todos los años;
ríete si puedes, pero tendrás que saltar.
Las prendas que se considera adecuado vestir
no serán baratas ni prácticas,
mientras consintamos en vivir cual ovejas
y nunca mencionar a quienes desaparecen.
Mucho cabe decir a favor del desparpajo social,
pero alegrarse cuando no hay nadie
es más difícil incluso que el llanto;
nadie mira, pero tienes que saltar.
Una soledad de diez mil brazas de hondura
sustenta el lecho en el que yacemos, cariño:
aunque te quiero, tendrás que saltar;
nuestro ensueño de seguridad debe desaparecer.
Diciembre de 1940
"Canción de cuna y otros poemas"
Traducción de Eduardo Iriarte
Saturday, October 02, 2010
VENDRÁ LA MUERTE Y TENDRÁ TUS OJOS
Vendrá la muerte y tendrá tus ojos
esta muerte que nos acompaña
desde el alba a la noche, insomne,
sorda, como un viejo remordimiento
o un absurdo defecto. Tus ojos
serán una palabra inútil,
un grito callado, un silencio.
Así los ves cada mañana
cuando sola te inclinas
ante el espejo. Oh, amada esperanza,
aquel día sabremos, también,
que eres la vida y eres la nada.
Para todos tiene la muerte una mirada.
Vendrá la muerte y tendrá tus ojos.
Será como dejar un vicio,
como ver en el espejo
asomar un rostro muerto,
como escuchar un labio ya cerrado.
Mudos, descenderemos al abismo.
Cesare Pavese
Friday, September 24, 2010
Cartas en la Noche
París, 17 rue Campagne-Première. 8 de junio de 1914
Saturday, May 08, 2010
El libro del Desasosiego
“Nadie ha definido todavía, con un lenguaje comprensible para quien no lo haya experimentado, lo que es el tedio.”
“No protesto en nombre del universo. No soy pesimista. (…) Sufro no sé si merecidamente. Yo no soy pesimista, soy triste. No me indigno porque la indignación es para los fuertes; no me resigno porque la resignación es para los nobles; no me callo porque el silencio es para los grandes. Y yo no soy fuerte, ni noble, ni grande. Sufro y sueño. Me quejo porque soy débil y, porque soy artista, me entretengo en tejer musicales mis quejas y en organizar mis sueños conforme le parece mejor a mi idea de encontrarlos bellos.”
"Considerar nuestra mayor angustia como un incidente sin importancia, no solo en la vida del universo, sino en la de nuestra misma alma, es el principio de la sabiduría. Considerar esto en la misma mitad de la angustia es la sabiduría entera. En el momento en que sufrimos parece que el dolor es infinito. Pero ni el dolor humano es infinito, pues nada humano hay que sea infinito, ni nuestro dolor vale más que el ser un dolor que sentimos nosotros. (…) Escribo esto bajo la opresión de un tedio que parece no caber en mí, o necesitar de algo más que mi alma para tener donde estar.”
“Como Diógenes a Alejandro, sólo he pedido a la vida que no me quitase el sol. (…) Entre mí y la vida ha habido siempre cristales oscuros (…) he sido el devaneo de lo que he querido ser (…) Nunca he sabido si era excesiva mi sensibilidad para mi inteligencia o mi inteligencia para mi sensibilidad.”(…) será esto ser extranjero en la propia alma, exiliado en las propias sensaciones?”
(…)
Hay sin duda quien ama lo infinito,
Hay sin duda quien desea lo imposible,
Hay sin duda quien nunca quiere nada;
Tres tipos de idealistas, y yo ninguno de ellos:
Porque yo amo infinitamente lo finito,
Porque yo deseo infinitamente lo posible,
Porque lo quiero todo, y poco más si puede ser,
Y hasta si no puede ser…
¿Y el resultado?
Para ellos la vida vivida o soñada,
Para ellos el sueño soñado o vivido,
Para ellos la media entre todo y nada; es decir, esto…
Para mí solo un grande, un profundo
Y, ah, con qué felicidad, infecundo cansancio,
Un supremísimo cansancio,
Ísimo, ísimo, ísimo,
Cansancio…
Monday, April 19, 2010
Élevage de poussière
"En arte es difícil decir algo que sea tan bueno como no decir nada"
Élevage de poussière. (Criadero de polvo) Duchamp-Man Ray, 1920
"La capa gris de polvo que cubre las cosas se ha convertido en su mejor parte"
Walter Benjamin "Traumkitsch", 1927.
Sunday, May 10, 2009
SOBRE EL ARTE Y LA POLÍTICA
El artista es alguien que realiza algo para mostrarlo en público. Lo mismo vale para el político. De hecho, Platón consideraba las palabras “arte” y “política” dos términos para la misma cosa. La pregunta ahora es: ¿por qué ya no compartimos tanto su opinión? (Aunque es posible que algunos de nosotros coincidamos con él en que la política es un arte.) Aquí tenemos la respuesta preliminar: ya no odiamos el arte tanto como él lo odiaba. La razón por la que Platón despreciaba el arte y la política no residía en el hecho de que ambas se muestran, pues, que sepamos, no estaba en contra de la prostitución. La razón era que tanto el arte como la política tratan de imponer ideas (el arte a los objetos, y la política a la gente). Consideraba que si se impone una idea, hay que adaptarla al objeto de dicha imposición: los objetos y la gente. Pero con ello se traiciona la idea. Por ejemplo: si se dibuja un triángulo en la arena, se descubrirá que la suma de sus ángulos ya no es exactamente de 180°, y si se impone un Estado ideal a un pueblo, se verá que dejará de ser ideal. Para comprenderlo, bastará con analizar la idea antes de su imposición y compararla con lo que el artista y el político han hecho con ella. La observación de las ideas, y la observación de ideas mal manejadas muestra que son ideas equivocadas, y a esto se le llama una “opinión”. Platón despreciaba el arte y la política porque desembocan en una opinión, que es lo opuesto a la sabiduría. El que ama la sabiduría (el “filósofo”) es el único crítico de arte y de política (que son la misma cosa con dos términos diferentes), porque es el único que tiene acceso a ideas verdaderas
Veamos cómo el crítico realiza su trabajo. Existe un mercado rodeado de viviendas. En las viviendas hay personas que manejan ideas para imponérselas a algo (por ejemplo, manejan la idea de una olla y se la imponen a la arcilla, o la idea de un zapato y se la imponen a la piel). Una vez terminado todo esto, toman su “obra” y la ponen delante de su puerta: la muestran. Lo hacen porque desean intercambiarla por alguna otra “obra”, como pudiera ser la olla por el zapato. Permítanme un juego de palabras: el mercado se convierte en “foro artístico”. Pero esto plantea un problema: ¿qué criterios gobiernan el intercambio de la olla por el zapato? (¿quién decide cuánto cuesta la olla, cuál es su valor?). He aquí la respuesta: el que ve la olla ideal (y el zapato ideal) conoce su valor real. De manera que el crítico (el filósofo) recorre el mercado (el “foro artístico”), compara las obras expuestas con las ideas vistas en teoría, y define sus valores. Lo que equivale a decir que el filósofo gobierna el mercado (es el “rey” de la ciudad). (Está claro que lo que es válido para ollas y zapatos también lo es para cualquier otra opinión política). Los artistas y los políticos someten sus opiniones al juicio de los filósofos (gústeles o no) porque aquéllos no tienen criterios mejores y no quieren pelearse. Tomemos una aldea medieval como ejemplo: está rodeada de muros que abren sus puertas cada día de la semana menos el domingo, y por allí dejan entrar los productos de los campos aledaños: huevos y harina, por ejemplo. Esos productos de la “economía” se muestran en el mercado por uno de sus costados, y las “obras de arte” (las ollas y los zapatos) se muestran por el otro. Entonces el filósofo (el obispo) sale de su catedral, llega hasta el mercado y fija el precio real del intercambio, el praecium iustum . Su crítica es la única autorizada (es el rey de la ciudad) y si se impugna su autoridad habrá guerra entre la
aldea y los campos, y entre las distintas calles en que se han dividido los oficios. Así que la crítica artística es algo de vida o muerte, y el que oponga su opinión a la crítica teórica (autorizada) será quemado públicamente. Esto es aceptado “católicamente” (por todo el mundo).
Pero a lo largo de los siglos XIV y XV, los artistas (artesanos) se rebelaron contra los filósofos, y los depusieron. Sus razones son complicadas, pero pueden plantearse de manera sencilla: los filósofos no estaban de acuerdo entre sí en cuanto a la verdad con la que hay que ver las ideas. Según una escuela de pensamiento (los “realistas”), las ideas pueden descubrirse mediante la lógica; según la otra escuela (los “nominalistas”), las ideas se revelan exclusivamente mediante la fe ( sola fide ). Pero si las autoridades se altercan de esta manera, entonces sus criterios pierden validez. Los artesanos entraron en la contienda y se hicieron cargo del gobierno de la ciudad. La política se hizo cargo y sometió la teoría a sus objetivos. El artesano no comparte la opinión teórica de que está traicionando las ideas. Por el contrario, el artesano sostiene que está inventando ideas cada vez mejores, ideas que pueden seguir mejorándose según se vayan imponiendo a distintos objetos y gentes. Sostiene que las ideas son modelos que pueden actualizarse, y que el objetivo de la teoría es facilitarles a los artesanos modelos mejores. El resultado de toda esta revolución (esta sumisión del trabajo teórico) es la ciencia y la tecnología modernas, que desembocan en la Revolución Industrial. Ahora analicemos lo que todo esto conllevó para los filósofos (que ahora será mejor denominar “intelectuales”). Fueron expulsados del gobierno, encerrados en guetos donde eran alimentados por los políticos, para que pudieran elaborar modelos. Los políticos los dividieron en dos clases: una debía producir modelos útiles para el trabajo (los científicos, los técnicos, los que proponían modelos cada vez mejores), y la otra debía producir modelos para divertir a los políticos, cuando éstos no estuvieran trabajando (los “artistas” en el sentido moderno de la palabra). Es la división moderna de nuestra cultura en “dura” y “suave”. Y el gueto se dividió en dos barrios: las universidades e institutos similares para los sirvientes, las academias e institutos similares para los payasos. Pero el gueto planteaba un problema para los artesanos que gobernaban ahora la ciudad: ¿qué podía hacerse para evitar que los intelectuales se escaparan y se mezclaran en la política (el gobierno de la ciudad)? ¿Cómo evitar que mordieran la mano que les daba de comer?
La solución fue rodear el gueto con un aura de gloria, darles a los intelectuales un “status social”. El “gran científico” infantil y el “gran artista” que vive en un aislamiento esplendoroso fueron expuestos al mundo. Pero esta solución no resultó perfecta. Los intelectuales útiles (los científicos) seguían creyendo que perseguían “ideas verdaderas” y no solo modelos para mejorar progresivamente la producción industrial. Y los intelectuales inútiles (los artistas) seguían creyendo que perseguían modelos para nuevas experiencias ( aistehsthai = experimentar) y no solo decorados para las paredes. Y esto constituía un peligro: los científicos pueden descubrir modelos que vuelvan a los políticos obsoletos (en una producción industrial y en el gobierno de la ciudad), y los artistas pueden descubrir modelos que muestren que el trabajo no es la única fuente de valor, y que, por lo tanto, el artesano (el industrial) no es necesariamente el mejor rey de la ciudad. En resumen: se creó en el gueto un ambiente contrarrevolucionario, y los intelectuales (los filósofos) no aceptaron nunca su sometimiento a los artesanos (los
políticos). Lo sorprendente de todo esto es que los artistas en el sentido moderno de la palabra (los payasos) se oponían ahora a los artistas en el sentido clásico de la palabra (los artesanos se volvieron industriales y políticos). Esto se hizo muy evidente poco después de la Revolución Industrial, cuando los artistas románticos, que eran hijos de los industriales, abogaban por la abolición de la industria (de los padres que los alimentaban). Algo más tarde, los artistas preferían morir de tuberculosis en las buhardillas de las ciudades industriales a someterse a sus payasadas. Algo sorprendente porque ¿no están los artistas haciendo exactamente lo mismo que los industriales y los políticos, que es imponerles sus ideas a los objetos? Después de todo, ¿cuál es la diferencia “ontológica” entre una pluma de fuente de plástico, y una pintura o una composición musical? ¿No son todas resultado de una opinión “política”?
Tomemos la pluma de fuente de plástico como ejemplo de este asunto preocupante. Hay una máquina, que es un instrumento construido de acuerdo con los modelos propuestos por los intelectuales útiles (los científicos y los técnicos). Hay un material plástico que se introduce en la máquina desde el exterior. Hay un instrumento en el que se ha inscrito la forma (la “idea”) de la pluma de fuente, y dicho instrumento ha sido elaborado por un constructor de instrumentos que no podemos dejar de llamar un artista. La máquina presiona el instrumento sobre el material plástico (“trabaja”) y vemos cómo de allí salen plumas de fuente de plástico, cada una casi exactamente igual a las demás. Según los políticos en el poder, el “valor” de esas plumas proviene del “trabajo” (de la maquinaria que les pertenece y en la que han invertido los resultados de sus esfuerzos anteriores). Pero según el constructor de instrumentos (el artista), el valor de la pluma de fuente no reside en el trabajo que la produjo (ni en el material plástico), sino en su forma: valen lo que valen debido a su forma de pluma de fuente, debido a su idea. Y no es por lo tanto el político, sino el filósofo (el que ve la idea) el que debería criticarla. Nos encontramos con una situación realmente curiosa: en cuanto el artista se convierte en rey (cuando se transforma en industrial), le da vida a un nuevo tipo de artista, al que considera su propio payaso, pero le niega el derecho a juzgarlo y lo somete, por voluntad propia, a la crítica teórica y filosófica. Esto puede parecer divertido, pero es uno de los aspectos cruciales de la situación actual.
En la situación actual, el trabajo se ha dividido en dos gestos diferentes: un gesto “suave” y uno “duro”. El gesto suave se ocupa de los símbolos, cuyo resultado es la elaboración de modelos, mientras que el gesto duro le impone esos modelos a la materia. El gesto suave lo llevan a cabo personas a las que debemos llamar “artistas”, equipados con ordenadores y otros aparatos similares. El gesto duro lo llevan a cabo las máquinas, cada vez más automatizadas. En esta transformación del trabajo hay varios aspectos que nos sorprenden. El primero es que la imposición actual de una forma sobre un material (“trabajo” en el sentido estricto) se ha vuelto un gesto mecánico, ha dejado de ser humano. El segundo aspecto es que esas personas que manejan los símbolos para convertirlos en modelos (los “programadores de la máquina”, la “gente del software ”), aunque son “artistas” (porque entregan “ideas”), son también “filósofos” (porque no aplican esas “ideas”). Y el tercer aspecto es que ya no tiene mucho sentido querer clasificar esas personas en útiles y divertidas, en siervos y payasos, porque los modelos
que elaboran son a la vez “científicos y técnicos” (pueden aplicarse al trabajo) y también “artísticos” (se han concebido para que sean agradables). En otras palabras: la situación actual ya no la pueden analizar ni Platón ni los políticos.
Platón no podría porque de pronto tenemos personas que contemplan formas (que viven en la “teoría”), pero que manejan las formas mientras las miran (en la pantalla de un ordenador, por ejemplo). Estas personas son artistas que se han vuelto filósofos, o filósofos que se han vuelto artistas. Y los políticos no pueden analizarla porque de pronto tenemos personas que programan el trabajo (que lo “gobiernan”) sin tener que ser necesariamente dueños de las máquinas, y sin haber abandonado su gueto. En otras palabras: de pronto tenemos aquí personas que demuestran que la “teoría” y el “arte” pueden fusionarse, y que el “arte” y la “política” pueden significar dos formas de vida totalmente diferentes. Unos cuantos párrafos antes parecía divertido, cuando se dijo que el artista convertido en rey se somete, por su propia voluntad, a la crítica teórica. Ya no parece tan divertido. Ahora significa que el artista-rey somete sus modelos a su propia crítica teórica, antes de alimentarlos a las máquinas que las descodifican automáticamente y las convierten en un material duro. Esto significa ahora, en otras palabras, que la crítica artística ya no participa cuando la obra ya está terminada, sino que es ahora parte integrante del proyecto de trabajo (su programa). Ya no existe ningún sentido en querer criticar las obras: ya han sido criticadas antes de ser ejecutadas. He aquí la situación como va surgiendo: los artistas (la gente que gobierna las formas con vistas a su aplicación) gobiernan la ciudad. Se les conoce como “analistas de sistema”, “futurólogos”, “tecnócratas”, “integrantes de los medios de comunicación de masas”, etc. No gobiernan la ciudad. No gobiernan la ciudad mediante la aplicación directa de sus modelos, sino mediante la programación de las máquinas (y de la gente). En este sentido, son “filósofos”: contemplan las formas, tienen una visión teórica. Es posible que los políticos todavía no se hayan percatado de ello, pero se han convertido en autómatas programados por esos “filósofos-artistas”. Es por ello que ya no podemos estar de acuerdo con Platón cuando mete el arte y la política en el mismo saco: se ha desechado la política, y el arte gobierna ahora la ciudad.
La Dermatología de Job
"El Diablo replicó a Yahvé y dijo: piel por piel."
Job, 2, 4.
Todo texto puede tener diferentes significados, a veces contradictorios entre sí, pues un texto es un mensaje dirigido de un emisor a un receptor, que recién cobra sentido cuando es recibido. Tal sentido es una síntesis entre la intención del emisor y la interpretación del receptor. En el caso de algunos textos fundamentales, como la Biblia, estos diversos significados pueden estar fijados para ser a su vez interpretados. Por consiguiente, el sentido de este tipo de textos se transforma y se ramifica en el curso de la historia. Pero existen textos en los que, por diferentes motivos, es complicado determinar la intención del autor. Textos difícilmente descifrables. Textos de "oscuro" significado. El libro de Job es uno de esos textos oscuros en el contexto de la Biblia, y el pasaje citado es un agujero negro dentro de un texto de por sí difícil. Sin embargo, puede suceder que con el correr de la historia se alcance un punto en el cual de repente se vuelva posible iluminar significados que hasta ese momento permanecían sombríos, porque nuevos conocimientos, experiencias o vivencias permiten descifrarlos. Éste parece ser el caso del pasaje citado.
El libro de Job fue probablemente escrito en el siglo V o IV antes de Cristo, precisamente en el momento en el que la cultura occidental comenzaba a cristalizar en Palestina y en Grecia. Por eso en él aparecen tantos temas que distinguen a esta cultura de la cosmovisión mágico-mítica que la precedió, sobre todo el tema de la venganza. Los interlocutores de Job defienden el principio de venganza: "Dios es justo". Ellos son todavía mágico-míticos. Por el contrario, Job sostiene lo absurdo de los sucesos y la dignidad humana ante tal absurdo. Él ya es occidental. Pero el mensaje no es claro, porque el autor mismo está enredado aún en el pensamiento mágico-mítico. El mensaje debe ser iluminado. El Fausto de Goethe, que toma el libro de Job como modelo, intenta aclararlo. Pero para nosotros es Kafka quien lleva a cabo la primera elucidación efectiva del propósito del autor del libro de Job.
El fragmento del comienzo aborda, sin embargo, un tema completamente distinto. Pone a la "piel" en cuestión. En el mismísimo comienzo de la historia occidental pone diabólicamente en cuestión un concepto fundamental para Occidente: la integridad del individuo humano. Satán afirma que es insuficiente querer destruir al hombre en su entorno (su propiedad, sus hijos). Sólo se lo derriba cuando se lo hiere en su piel. Pero esta afirmación diabólica es completamente oscura, no sólo en su formulación sino también en su ubicación dentro del texto. Parece no encajar. Somos la primera generación de la historia occidental, desde la redacción del libro de Job, que está en posición de revelar esta oscuridad. […]
Traducción
Dante Baranzelli y
Mariana Santángelo
"El Diablo replicó a Yahvé y dijo: piel por piel."
Job, 2, 4.
Todo texto puede tener diferentes significados, a veces contradictorios entre sí, pues un texto es un mensaje dirigido de un emisor a un receptor, que recién cobra sentido cuando es recibido. Tal sentido es una síntesis entre la intención del emisor y la interpretación del receptor. En el caso de algunos textos fundamentales, como la Biblia, estos diversos significados pueden estar fijados para ser a su vez interpretados. Por consiguiente, el sentido de este tipo de textos se transforma y se ramifica en el curso de la historia. Pero existen textos en los que, por diferentes motivos, es complicado determinar la intención del autor. Textos difícilmente descifrables. Textos de "oscuro" significado. El libro de Job es uno de esos textos oscuros en el contexto de la Biblia, y el pasaje citado es un agujero negro dentro de un texto de por sí difícil. Sin embargo, puede suceder que con el correr de la historia se alcance un punto en el cual de repente se vuelva posible iluminar significados que hasta ese momento permanecían sombríos, porque nuevos conocimientos, experiencias o vivencias permiten descifrarlos. Éste parece ser el caso del pasaje citado.
El libro de Job fue probablemente escrito en el siglo V o IV antes de Cristo, precisamente en el momento en el que la cultura occidental comenzaba a cristalizar en Palestina y en Grecia. Por eso en él aparecen tantos temas que distinguen a esta cultura de la cosmovisión mágico-mítica que la precedió, sobre todo el tema de la venganza. Los interlocutores de Job defienden el principio de venganza: "Dios es justo". Ellos son todavía mágico-míticos. Por el contrario, Job sostiene lo absurdo de los sucesos y la dignidad humana ante tal absurdo. Él ya es occidental. Pero el mensaje no es claro, porque el autor mismo está enredado aún en el pensamiento mágico-mítico. El mensaje debe ser iluminado. El Fausto de Goethe, que toma el libro de Job como modelo, intenta aclararlo. Pero para nosotros es Kafka quien lleva a cabo la primera elucidación efectiva del propósito del autor del libro de Job.
El fragmento del comienzo aborda, sin embargo, un tema completamente distinto. Pone a la "piel" en cuestión. En el mismísimo comienzo de la historia occidental pone diabólicamente en cuestión un concepto fundamental para Occidente: la integridad del individuo humano. Satán afirma que es insuficiente querer destruir al hombre en su entorno (su propiedad, sus hijos). Sólo se lo derriba cuando se lo hiere en su piel. Pero esta afirmación diabólica es completamente oscura, no sólo en su formulación sino también en su ubicación dentro del texto. Parece no encajar. Somos la primera generación de la historia occidental, desde la redacción del libro de Job, que está en posición de revelar esta oscuridad. […]
Saturday, September 15, 2007
Amateur
El poeta, el pintor, el detective particular... todo aquel que aguza nuestra percepción, tiende a ser antisocial: rara vez "bien adaptado", no puede acompañar a corrientes ni tendencias. A menudo existe, entre los tipos antisociales, el extraño vínculo de su capacidad para ver los ambientes tales como son realmente. Esta necesidad de delimitar, de enfrentar al ambiente con cierto poder antisocial, resulta evidente en el famoso relato de "las vestiduras nuevas del rey"*. Los cortesanos "bien adaptados" con sus intereses creados, vieron al emperados magníficamente engalanado. El negro caballerizo "antisocial", no habituado al viejo ambiente, vio con claridad que el rey "iba desnudo". El nuevo ambiente era claramanete visible para él.
(...)
El profesionalismo es ambiental. El amateurismo es antiambiental. El profesionalismo funde al individuo en partrones del ambiente total. El amateurismo procura desarrollar la consciencia total del individuo y su percepción crítica de las normas fundamentales de la sociedad. El amateur puede producir a pérdida. E profesional tiende a clasificarse y a especializarse, a aceptar sin críticas las normas fundamentales del ambiente. Las normas fundamentales que surgen de la reacción masiva de sus colegas hacen las veces de un ambiente penetrante del cual está satisfecho, y del que no tiene conscienca. El "experto" es el hombre que se queda permanentemente en el mismos sitio.
(...)
(fragmentos de "El medio es el Massage" de Marshall Mclujan)
LOS DIAS FELICES
(Samuel Beckett)
Monday, August 06, 2007
Julio Cortazar
La subjetividad del tiempo y el poema anónimo según Julio Cortazar.
Saturday, June 30, 2007
Fenomenología del Espíritu.
[o la absurda polémica sobre la traducción de lo ininteligible y la "certeza sensible"]
Cap.I
...Beispiel:
"Pero el lenguaje, como vemos, es aquí mucho más veraz; en él refutamos nosotros mismos de forma inmediata aquello que estamos pensando, aquello que querríamos decir, que estamos suponiendo [es decir, nuestro Meynen, nuestro estar suponiendo y queriendo decir lo que supuestamente ahí está"
"Pues una efectiva certeza sensible no es solamente esa pura inmediatez sino a su vez un Beyspiel de esa inmediatez."
¿Es posible hacer una tradución de la fenomenología que se explique por si misma? ¿"Existe" la controversia? Si no es así, "ahí está":
http://www.pre-textos.com/detalle.asp?id=1010
http://www.jornada.unam.mx/2007/04/29/sem-evodio.html
http://www.pre-textos.com/detallenoticia.asp?id=16
http://www.pre-textos.com/detallenoticia.asp?id=18
http://www.pre-textos.com/detallenoticia.asp?id=20
(mientras, los atónitos y apaleados tontos seguiremos intentando entender algo a la manera de Hegel)
Saturday, February 03, 2007
Una bendición para los artistas, el arte, y la sociedad
(Joost Smiers)
Deberíamos alegrarnos de que varias organizaciones en todo el mundo estén protestando contra este ataque en profundidad contra nuestros derechos fundamentales de comunicación libre. Aun así, gran parte de estas críticas siguen siendo marginales.
Es hora de reconocer que hay algo fundamentalmente equivocado en nuestro sistema
occidental de copyright, que es la fuente de la aberración según la cual sólo unas pocas empresas puedan tener poder sobre cómo nos comunicamos a través de la Red, y las condiciones bajo las cuales esto ocurre. Es hora de preguntarse si deberíamos seguir funcionando con este sistema de copyright, que es un invento del siglo XIX que no está preparado para la promoción del derecho fundamental a la libre comunicación en el siglo XXI.
............................
Joost Smiers es autor de Arts Under Pressure, Promoting Cultural Diversity in the Age of Globalization (Zed Books), y es profesor de Ciencias Políticas del Arte en el Grupo de Investigación de Arte y Economía en la Escuela de Arte de Utrecht, en Holanda.
El presente texto se licencia bajo Creative Commons ByNCSA. Puede consultar el texto completo de la licencia en:
http://creativecommons.org/licenses/byncsa/2.5/
Traducción de Kamen Nedev
De la traducción:
Esta obra está bajo una licencia ReconocimientoSin
obras derivadas 2.5 España de Creative Commons. Paraver una copia de esta licencia, visite http://creativecommons.org/licenses/bynd/2.5/es/ o envie una carta a Creative Commons, 559 Nathan Abbott Way, Stanford, California 94305, USA. Publicado en
http://www.medialabmadrid.es/smiers_abandoning_copyright.pdf
Saturday, August 12, 2006
Noam Chomsky
En este sentido, en un segundo vídeo tenemos a Chomsky reflexionando hace ya algunos años sobre la inconveniencia del sistema de privatización que rige el sistema capitalista.
Tuesday, August 08, 2006
Mario Perniola
...Quien pretenda sustraerse a todo tipo de prueba y de juicio cae fuera del horizonte estético: de hecho o favorece la existencia de jerarquías fijas, establecidas de una vez por todas y determinadas sobre la base del estatus de pertenencia, o aplana todo bajo el mismo nivel eliminando toda dinámica de valoración y desvaloración. Es al contrario un aspecto esencial del horizonte estético el hecho de que las pruebas y los juicios no son nunca definitivos y que en él siempre hay espacio para el agonismo y para el desafío. De aquí deriva la importancia que siempre ha sido atribuida por los cultores de la estética a la energía emocional, pensada y llamada a lo largo de los siglos de muchas formas: inspiración, entusiasmo, furor heroico, impulso vital, sobrecarga o performance.”.
(Traducción de Pedro Alzuru)
MarioPerniola. El horizonte estético, 2002.
Wednesday, August 02, 2006
(algunas citas de esta polémica visión del conflicto entre la realidad, el individuo y el arte)
"El arte salva al hombre, (...) porque le salva de la seriedad puericia."
"Conviene distinguir entre lo que no es popular y lo que es impopular. El arte nuevo tiene a la masa en contra suya y la tendrá siempre. Es impopular por esencia, más aún, es antipopular”
"Un cuadro, una poesía donde no quedase resto alguno de las formas vividas serían inteligibles, es decir, no serian nada, como nada sería un discurso donde a cada palabra se le hubiese extirpado su significado habitual”
“El poeta empieza donde el hombre acaba. El destino de éste es vivir su itinerario humano; la misión de aquél es inventar lo que no existe”
"Se dirá que el arte nuevo no ha producido hasta ahora nada que merezca la pena, y yo ando muy cerca de pensar lo mismo. De las obras jóvenes he procurado extraer su intención, que es lo jugoso, y me he despreocupado de su realización”
Friday, June 23, 2006
Sigue habiendo cándidos observadores de sí mismos que creen que existencertezas inmediatas, por ejemplo, yo pienso, o, y ésta fue la superstición de Schopenhauer, yo quiero: como si aquí, por así decirlo, el conocer lograse captar su objeto de manera pura y desnuda, en cuanto cosa en sí, y ni por parte del sujeto ni por parte del objeto tuviese lugar ningún falseamiento.
Aun admitiendo que no nos sea dado nada real fuera de nuestro mundo de deseos y pasiones; que no podamos alcanzar realidad más alta o más profunda que la de nuestros instintos -pues el pensamiento no expresa más que la relación de nuestros instintos entre sí-, ¿no sería lícito aventurar esa pregunta: Este mundo dado, no bastaría para comprender, a partir de lo que es semejante, el mundo que se llama mecánico (o material)? No quiero decir comprenderlo como una ilusión, una apariencia, una representación, en el sentido de Berkeley o de Schopenhauer, sino como una realidad del mismo orden que nuestros afectos mismos, un mundo en el que se haya englobado en una poderosa unidad todo lo que en el proceso orgánico se ramifica y se diferencia (y, por lo tanto, se afina y se debilita), como una especie de vida instintiva en la que todas las funciones orgánicas: autorregulación, nutrición, secreción, cambios orgánicos, se hallan sintéticamente ligadas y confundidas entre sí, en resumen, una forma previa de vida.
El viejo problema teológico de creer y saber - o, más claramente de instinto y razón - es decir, la cuestión de si, en lo que respecta a la apreciación del valor de las cosas, el instinto merece más autoridad que la racionalidad, la cual quiere que se valore y se actúe por unas razones, por un por qué, o sea por una conveniencia y utilidad, - continua siendo aquel mismo viejo problema moral que apareció por vez primera en la persona de Sócrates y que ya mucho antes del cristianismo, escindió los espíritus. Sócrates mismo, ciertamente, había comenzado poniéndose, con el gusto de su talento, -el gusto de un dialéctico superior- de parte de la razón; y en verdad, ¿qué otra cosa hizo durante toda su vida más que reírse de la torpe incapacidad de sus aristocráticos atenienses, los cuales eran hombres de instinto, como todos los aristócratas, y nunca podían dar suficiente cuenta de las razones de su obrar? Sin embargo, en definitiva reíase también, en silencio y en secreto, de sí mismo: ante su conciencia más sutil y ante su fuero interno encontraba en sí idéntica dificultad e idéntica incapacidad ¡Para qué, decíase, liberarse, por tanto de los instintos! Hay que ayudarlos a ellos y también a la razón a ejercer sus derechos, - hay que seguir a los instintos pero persuadir a la razón para que acuda en su ayuda con buenos argumentos.
¿Qué es, en última instancia, la vulgaridad? - Las palabras son signos-sonidos de conceptos; pero los conceptos son signos-imágenes, más o menos determinados, de sensaciones que se repiten con frecuencia y aparecen juntas, de grupos y sensaciones. Para entenderse unos a otros no basta ya emplear las mismas palabras también para referirse al mismo género de vivencias internas, hay que tener, en fin, una experiencia común con el otro.
La soledad y la náusea espirituales de todo hombre que haya sufrido profundamente - la jerarquía casi viene determinada por el grado de profundidad a que los hombres pueden llegar en su sufrimiento-, su estremecedora certeza, que le impregna y colorea completamente, de saber más, merced a su sufrimiento, que lo que pueden saber los más inteligentes y sabios, de ser conocido y haber estado alguna vez domiciliado en muchos mundos lejanos y terribles, de los que ¡vosotros nada sabéis!...
Vivir con una dejadez inmensa y orgullosa; siempre más allá. - Tener y no tener, a voluntad, nuestros afectos, nuestros pro y contras, condescender con ellos, por horas; montarnos sobre ellos como sobre caballos, a menudo como sobre asnos: - hay que saber aprovechar, en efecto, tanto su estupidez como su fuego. Reservarnos nuestras trescientas razones delanteras, también las gafas negras: pues hay casos en los que a nadie le es lícito mirarnos a los ojos, y menos aún a nuestros fondos. Y elegir como compañía ese vicio granuja y jovial, la cortesía.
Un filósofo: es un hombre que constantemente vive, ve, oye, sospecha, espera, sueña cosas extraordinarias; alguien al que sus propios pensamientos le golpean como desde fuera, como desde arriba y desde abajo, constituyendo su especie peculiar de acontecimientos y rayos; acaso él mismo sea una tormenta que camina grávida de nuevos rayos; un hombre fatal, rodeado siempre de truenos y gruñidos y aullidos y acontecimientos inquietantes. Un filósofo: ay, un ser que con frecuencia huye de sí mismo, que con frecuencia tiene miedo de sí, pero que es demasiado curioso para no «volver a sí» una y otra vez...
El genio del corazón, tal como lo posee aquel gran oculto, el dios tentador y cazarratas nato de los conciencias, cuya voz sabe descender hasta el ínframundo de toda alma, que no dice una palabra, no lanza una mirada en las que no haya un propósito y un guiño de seducción, de cuya maestría forma parte el saber parecer y no aquello que él es, sino aquello que constituye, para quienes lo siguen, una constricción más para acercarse cada vez más a él, para seguirle de un modo cada vez más íntimo y radical, el genio del corazón, que a todo lo que es ruidoso y se complace en sí mismo lo hace enmudecer y le enseña a escuchar, que pule las almas rudas y les da a gustar un nuevo deseo, el de estar quietas como un espejo, para que el cielo profundo se refleje en ellas , el genio del corazón, que a la mano torpe y apresurada le enseña a vacilar y a coger las cosas con mayor delicadeza, que adivina el tesoro oculto y olvidado, la gota de bondad y de dulce espiritualidad escondida bajo el cielo grueso y opaco y es una varita mágica para todo grano de oro que yació largo tiempo sepultado en la prisión del mucho cieno y arena; el genio del corazón, de cuyo contacto todo el mundo sale más rico, no agraciado y sorprendido, no beneficiado y oprimido como por un bien ajeno, sino más rico de sí mismo, más nuevo que antes, removido, oreado y sonsacado por un viento tibio, tal vez más inseguro, más delicado, más frágil, más quebradizo, pero lleno de esperanzas que aún no tienen nombre, lleno de nueva voluntad y nuevo fluir, Reno de nueva contravoluntad y nuevo refluir...
Der Staz der Identität
Martin Heidegger
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"Según una fórmula usual, el principio de identidad reza así: A = A. Se considera este principio como la suprema ley del pensar...".
Thursday, June 22, 2006
(...)
para hacernos olvidar la miseria real.
Más enérgica y radical es la acción de otro procedimiento: el que ve en la realidad al único enemigo, fuente de todo sufrimiento, que nos torna intolerable la existencia y con quien por consiguiente, es preciso romper toda relación si se pretende ser feliz en algún sentido. El ermitaño vuelve la espalda a este mundo y nada quiere tener que hacer con él. Pero también se puede ir más lejos, empeñándose en transformarlo, construyendo en su lugar un nuevo mundo en el cual queden eliminados los rasgos más intolerables, sustituidos por otros adecuados a los propios deseos. Quien en desesperada rebeldía adopte este camino hacia la felicidad, generalmente no llegará muy lejos, pues la realidad es la más fuerte. Se convertirá en un loco a quien pocos ayudarán en la realización de sus delirios. Sin embargo, se pretende que todos nos conducimos, en uno u otro punto, igual que el paranoico, enmendando algún cariz intolerable del mundo mediante una creación desiderativa e incluyendo esta quimera en la realidad. Particular importancia adquiere el caso en que numerosos individuos emprenden juntos la tentativa de procurarse un seguro de felicidad y una protección contra el dolor por medio de una transformación delirante de la realidad. También las religiones de la Humanidad deben ser consideradas como semejantes delirios colectivos. Desde luego, ninguno de los que comparten el delirio puede reconocerlo jamás como tal.
Parece indudable, pues, que no nos sentimos muy cómodos en nuestra actual cultura, pero resulta muy difícil juzgar si -y en qué medida- los hombres de antaño eran más felices, así como la parte que en ello tenían sus condiciones culturales. Siempre tendremos a apreciar objetivamente la miseria, es decir, a situarnos en aquellas condiciones con nuestras propias pretensiones y sensibilidades, para examinar luego los motivos de felicidad o de sufrimiento que hallaríamos en ellas. Esta manera de apreciación aparentemente objetiva porque abstrae de las variaciones a que está sometida la sensibilidad subjetiva, es, naturalmente, la más subjetiva que puede darse, pues en el lugar de cualquiera de las desconocidas disposiciones psíquicas ajenas coloca la nuestra. Pero la felicidad es algo profundamente subjetivo. Pese a todo el horror que puedan causarnos determinadas situaciones -la del antiguo galeote, del siervo en la Guerra de los Treinta Años, del condenado por la Santa Inquisición, del judío que aguarda la hora de la persecución-, nos es, sin embargo, imposible colocarnos en el estado de ánimo de esos seres, intuir los matices del estupor inicial, el paulatino embotamiento, el abandono de toda expectativa, las formas groseras o finas de narcotización de la sensibilidad frente a los estímulos placenteros y desagradables. Ante situaciones de máximo sufrimiento también se ponen en función determinados mecanismos psíquicos de protección. Pero me parece infructuoso perseguir más lejos este aspecto del problema.
En cuanto a la cultura, su tendencia a restringir la vida sexual no es menos evidente que la otra, dirigida a ampliar el círculo de su acción. Ya la primera fase cultural, la del totemismo, trae consigo la prohibición de elegir un objeto incestuoso, quizá la más cruenta mutilación que haya sufrido la vida amorosa del hombre en el curso de los tiempos. El tabú, la ley y las costumbres han de establecer nuevas limitaciones que afectarán tanto al hombre como a la mujer. Pero no todas las culturas avanzan a igual distancia por este camino, y, además, la estructura material de la sociedad también ejerce su influencia sobre la medida de la libertad sexual restante. Ya sabemos que la cultura obedece al imperio de la necesidad psíquica económica, pues se ve obligada a sustraer a la sexualidad gran parte de la energía psíquica que necesita para su propio consumo. Al hacerlo adopta frente a la sexualidad una conducta idéntica a la de un pueblo o una clase social que haya logrado someter a otra a su explotación. El temor a la rebelión de los oprimidos induce a adoptar medidas de precaución más rigurosas. Nuestra cultura europea occidental corresponde a un punto culminante de este desarrollo. Al comenzar por proscribir severamente las manifestaciones de la vida sexual infantil actúa con plena justificación psicológica, pues la contención de los deseos sexuales del adulto no ofrecería perspectiva alguna de éxito si no fuera facilitada por una labor preparatoria en la infancia. En cambio, carece de toda justificación el que la sociedad civilizada aun haya llegado al punto de negar la existencia de estos fenómenos, fácilmente demostrables y hasta llamativos. La elección de objeto queda restringida en el individuo sexualmente maduro al sexo contrario, y la mayor parte de las satisfacciones extragenitales son prohibidas como perversiones. La imposición de una vida sexual idéntica para todos, implícita en estas prohibiciones, pasa por alto las discrepancias que presenta la constitución sexual innata o adquirida de los hombres, privando a muchos de ellos de todo goce sexual y convirtiéndose así en fuente de una grave injusticia. El efecto de estas medidas restrictivas podría consistir en que los individuos normales, es decir, constitucionalmente aptos para ello, volcasen todo su interés sexual, sin merma alguna, en los canales que se le han dejado abiertos. Pero aun el amor genital heterosexual, único que ha escapado a la proscripción, todavía es menoscabado por las restricciones de la legitimidad y de la monogamia. La cultura actual nos da claramente a entender que sólo está dispuesta a tolerar las relaciones sexuales basadas en la unión única e indisoluble entre un hombre y una mujer, sin admitir la sexualidad como fuente de placer en sí, aceptándola tan sólo como instrumento de reproducción humana que hasta ahora no ha podido ser sustituido.
Hasta aquí, fácilmente podríamos imaginar una comunidad cultural formada por semejantes individualidades dobles, que, libidinalmente satisfechas en sí mismas, se vincularan mutuamente por los lazos de la comunidad de trabajo o de intereses. En tal caso la cultura no tendría ninguna necesidad de sustraer energía a la sexualidad. Pero esta situación tan loable no existe ni ha existido jamás, pues la realidad nos muestra que la cultura no se conforma con los vínculos de unión que hasta ahora le hemos concedido, sino que también pretende ligar mutuamente a los miembros de la comunidad con lazos libidinales, sirviéndose a tal fin de cualquier recurso, favoreciendo cualquier camino que pueda llegar a establecer potentes identificaciones entre aquéllos, poniendo en juego la máxima cantidad posible de libido con fin inhibido, para reforzar los vínculos de comunidad mediante los lazos amistosos. La realización de estos propósitos exige ineludiblemente una restricción de la vida sexual; pero aún no comprendemos la necesidad que impulsó a la cultura a adoptar este camino y que fundamenta su oposición a la sexualidad. Ha de tratarse, sin duda, de un factor perturbador que todavía no hemos descubierto.
La verdad oculta tras de todo esto, que negaríamos de buen grado, es la de que el hombre no es una criatura tierna y necesitada de amor, que sólo osaría defenderse si se le atacara, sino, por el contrario, un ser entre cuyas disposiciones instintivas también debe incluirse una buena porción de agresividad. Por consiguiente, el prójimo no le representa únicamente un posible colaborador y objeto sexual, sino también un motivo de tentación para satisfacer en él su agresividad, para explotar su capacidad de trabajo sin retribuirla, para aprovecharlo sexualmente sin su consentimiento, para apoderarse de sus bienes, para humillarlo, para ocasionarle sufrimientos, martirizarlo y matarlo. Homo homini lupus: ¿quién se atrevería a refutar este refrán, después de todas las experiencias de la vida y de la Historia? Por regla general, esta cruel agresión espera para desencadenarse a que se la provoque, o bien se pone al servicio de otros propósitos, cuyo fin también podría alcanzarse con medios menos violentos. En condiciones que le sean favorables, cuando desaparecen las fuerzas psíquicas antagónicas que por lo general la inhiben, también puede manifestarse espontáneamente, desenmascarando al hombre como una bestia salvaje que no conoce el menor respeto por los seres de su propia especie. Quien recuerde los horrores de las grandes migraciones, de las irrupciones de los hunos, de los mogoles bajo Gengis Khan y Tamerlán, de la conquista de Jerusalén por los píos cruzados y aun las crueldades de la última guerra mundial, tendrá que inclinarse humildemente ante la realidad de esta concepción.
La existencia de tales tendencias agresivas, que podemos percibir en nosotros mismos y cuya existencia suponemos con toda razón en el prójimo, es el factor que perturba nuestra relación con los semejantes, imponiendo a la cultura tal despliegue de preceptos. Debido a esta primordial hostilidad entre los hombres, la sociedad civilizada se ve constantemente al borde de la desintegración. El interés que ofrece la comunidad de trabajo no bastaría para mantener su cohesión, pues las pasiones instintivas son más poderosas que los intereses racionales. La cultura se ve obligada a realizar múltiples esfuerzos para poner barreras a las tendencias agresivas del hombre, para dominar sus manifestaciones mediante formaciones reactivas psíquicas. De ahí, pues, ese despliegue de métodos destinados a que los hombres se identifiquen y entablen vínculos amorosos coartados en su fin; de ahí las restricciones de la vida sexual, y de ahí también el precepto ideal de amar al prójimo como a sí mismo, precepto que efectivamente se justifica, porque ningún otro es, como él, tan contrario y antagónico a la primitiva naturaleza humana. Sin embargo, todos los esfuerzos de la cultura destinados a imponerlo aún no han logrado gran cosa.
Aquélla espera poder evitar los peores despliegues de la fuerza bruta concediéndose a sí misma el derecho de ejercer a su vez la fuerza frente a los delincuentes; pero la ley no alcanza las manifestaciones más discretas y sutiles de la agresividad humana. En un momento determinado, todos llegamos a abandonar, como ilusiones, cuantas esperanzas juveniles habíamos puesto en el prójimo; todos sufrimos la experiencia de comprobar cómo la maldad de éste nos amarga y dificulta la vida. Sin embargo, sería injusto reprochar a la cultura el que pretenda excluir la lucha y la competencia de las actividades humanas. Esos factores seguramente son imprescindibles; pero la rivalidad no significa necesariamente hostilidad: sólo se abusa de ella para justificar ésta.
Gracias a su constitución, una pequeña minoría de éstos logra hallar la felicidad por la vía del amor; mas para ello debe someter la función erótica a vastas e imprescindibles modificaciones psíquicas. Estas personas se independizan del consentimiento del objeto, desplazando a la propia acción de amar el acento que primitivamente reposaba en la experiencia de ser amado, de tal manera que se protegen contra la pérdida del objeto, dirigiendo su amor en igual medida a todos los seres en vez de volcarlo sobre objetos determinados; por fin, evitan las peripecias y defraudaciones del amor genital, desviándolo de su fin sexual, es decir, transformando el instinto en un impulso coartado en su fin. El estado en que de tal manera logran colocarse, esa actitud de ternura etérea e imperturbable, ya no conserva gran semejanza exterior con la agitada y tempestuosa vida amorosa genital de la cual se ha derivado. San Francisco de Asís fue quizá quien llegó más lejos en esta utilización del amor para lograr una sensación de felicidad interior, técnica que, según dijimos, es una de las que facilitan la satisfacción del principio del placer, habiendo sido vinculada en múltiples ocasiones a la religión, con la que probablemente coincida en aquellas remotas regiones donde deja de diferenciarse el yo de los objetos, y éstos entre sí. Cierta concepción ética, cuyos motivos profundos aún habremos de dilucidar, pretende ver en esta disposición al amor universal por la Humanidad y por el mundo la actitud más excelsa a que puede elevarse el ser humano. Con todo, nos apresuramos a adelantar nuestras dos principales objeciones al respecto: ante todo, un amor que no discrimina pierde a nuestros ojos buena parte de su valor, pues comete una injusticia frente al objeto; luego, no todos los seres humanos merecen ser amados.
Aún puede llevarse mucho más lejos la analogía entre el proceso cultural y la evolución del individuo, pues cabe sostener que también la comunidad desarrolla un super-yo bajo cuya influencia se produce la evolución cultural. Para el estudioso de las culturas humanas sería tentadora la tarea de perseguir esta analogía en casos específicos. Por mi parte, me limitaré a destacar algunos detalles notables. El super-yo de una época cultural determinada tiene un origen análogo al del super-yo individual, pues se funda en la impresión que han dejado los grandes personajes conductores, los hombres de abrumadora fuerza espiritual o aquellos en los cuales algunas de las aspiraciones humanas básicas llegó a expresarse con máxima energía y pureza, aunque, quizá por eso mismo, muy unilateralmente. En muchos casos la analogía llega aún más lejos, pues con regular frecuencia, aunque no siempre, esos personajes han sido denigrados, maltratados o aun despiadadamente eliminados por sus semejantes, suerte similar a la del protopadre, que sólo mucho tiempo después de su violenta muerte asciende a la categoría de divinidad. La figura de Jesucristo es, precisamente, el ejemplo más cabal de semejante doble destino, siempre que no sea por ventura una creación mitológica surgida bajo el oscuro recuerdo de aquel homicidio primitivo. Otro elemento coincidente reside en que el super-yo cultural, a entera semejanza del individual, establece rígidos ideales cuya violación es castigada con la «angustia de conciencia». Aquí nos encontramos ante la curiosa situación de que los procesos psíquicos respectivos nos son más familiares, más accesibles a la consciencia, cuando los abordamos bajo su aspecto colectivo que cuando los estudiamos en el individuo. En éste sólo se expresan ruidosamente las agresiones del super-yo, manifestadas como reproches al elevarse la tensión interna, mientras que sus exigencias mismas a menudo yacen inconscientes. Al llevarlas a la percepción consciente se comprueba que coinciden con los preceptos del respectivo super-yo cultural. Ambos procesos -la evolución cultural de la masa y el desarrollo propio del individuo- siempre están aquí en cierta manera conglutinados. Por eso muchas expresiones y cualidades del super-yo pueden ser reconocidas con mayor facilidad en su expresión colectiva que en el individuo aislado.
El super-yo cultural ha elaborado sus ideales y erigido sus normas. Entre éstas, las que se refieren a las relaciones de los seres humanos entre sí están comprendidas en el concepto de la ética. En todas las épocas se dio el mayor valor a estos sistemas éticos, como si precisamente ellos hubieran de colmar las máximas esperanzas. En efecto, la ética aborda aquel purito que es fácil reconocer como el más vulnerable de toda cultura. Por consiguiente, debe ser concebida como una tentativa terapéutica, como un ensayo destinado a lograr mediante un imperativo del super-yo lo que antes no pudo alcanzar la restante labor cultural. Ya sabemos que en este sentido el problema consiste en eliminar el mayor obstáculo con que tropieza la cultura: la tendencia constitucional de los hombres a agredirse mutuamente; de ahí el particular interés que tiene para nosotros el quizá más reciente precepto del super-yo cultural: «Amarás al prójimo como a ti mismo.» La investigación y el tratamiento de las neurosis nos han llevado a sustentar dos acusaciones contra el super-yo del individuo: con la severidad de sus preceptos y prohibiciones se despreocupa demasiado de la felicidad del yo, pues no toma debida cuenta de las resistencias contra el cumplimiento de aquellos, de la energía instintiva del ello y de las dificultades que ofrece el mundo real. Por consiguiente, al perseguir nuestro objetivo terapéutico, muchas veces nos vemos obligados a luchar contra el super-yo, esforzándonos por atenuar sus pretensiones.
Podemos oponer objeciones muy análogas contra las exigencias éticas del super-yo cultural. Tampoco éste se preocupa bastante por la constitución psíquica del hombre, pues instituye un precepto y no se pregunta si al ser humano le será posible cumplirlo. Acepta, más bien, que al yo del hombre le es psicológicamente posible realizar cuanto se le encomiende; que el yo goza de ilimitada autoridad sobre su ello. He aquí un error, pues aun en los seres pretendidamente normales la dominación sobre el ello no puede exceder determinados límites. Si las exigencias los sobrepasan, se produce en el individuo una rebelión o una neurosis, o se le hace infeliz. El mandamiento «Amarás al prójimo como a ti mismo» es el rechazo más intenso de la agresividad humana y constituye un excelente ejemplo de la actitud antipsicológica que adopta el super-yo cultural. Ese mandamiento es irrealizable; tamaña inflación del amor no puede menos que menoscabar su valor, pero de ningún modo conseguirá remediar el mal. La cultura se despreocupa de todo esto, limitándose a decretar que cuanto más difícil sea obedecer el precepto, tanto más mérito tendrá su acatamiento. Pero quien en el actual estado de la cultura se ajuste a semejante regla, no hará sino colocarse en situación desventajosa frente a todos aquellos que la violen. ¡Cuán poderoso obstáculo cultural debe ser la agresividad si su rechazo puede hacernos tan infelices como su realización! De nada nos sirve aquí la pretendida ética «natural», fuera de que nos ofrece la satisfacción narcisista de poder considerarnos mejores que los demás. La ética basada en la religión, por su parte, nos promete un más allá mejor, pero pienso que predicará en desierto mientras la virtud nos rinda sus frutos ya en esta tierra. También yo considero indudable que una modificación objetiva de las relaciones del hombre con la propiedad sería en este sentido más eficaz que cualquier precepto ético; pero los socialistas malogran tan justo reconocimiento, desvalorizándolo en su realización al incurrir en un nuevo desconocimiento idealista de la naturaleza humana.
A mi juicio, el destino de la especie humana será decidido por la circunstancia de si -y hasta qué punto- el desarrollo cultural logrará hacer frente a las perturbaciones de la vida colectiva emanadas del instinto de agresión y de autodestrucción. En este sentido, la época actual quizá merezca nuestro particular interés. Nuestros contemporáneos han Ilegado a tal extremo en el dominio de las fuerzas elementales que con su ayuda les sería fácil exterminarse mutuamente hasta el último hombre. Bien lo saben, y de ahí buena parte de su presente agitación, de su infelicidad y su angustia. Sólo nos queda esperar que la otra de ambas «potencias celestes», el eterno Eros, despliegue sus fuerzas para vencer en la lucha con su no menos inmortal adversario. Mas, ¿quién podría augurar el desenlace final?.
El mito de Sísifo. Albert Camus